martes, 3 de febrero de 2015

`La Universidad blanca´, de Ismael Belda

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EL AUTÓMATA TOMA HABITACIÓN
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El autómata toma habitación
en un hotel de California. Pregunta en recepción
por Rosamunda. No se aloja aquí, le dicen
dos muchachas gordas y felices; una de ellas
enormemente inteligente, piensa él. Se fue hace varios días, lamentan.
Ojalá que tengas suerte, le dice la otra.
En los pasillos, sus pasos no se escuchan. Sólo un rumor
de máquinas al fondo de la mente hace
temblar un poco las paredes en la yema de los dedos.
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En la piscina, parejas de ancianos perfectos sonríen
a las pequeñas sombrillas de sus daiquiris. Nadie
habla en voz muy alta. El cielo de Los Ángeles,
a la tarde, tiene la suave precisión que uno espera siempre de los cielos.
(Uno siempre queda defraudado. Pero no aquí, no aquí, aquí no, Rosamunda).
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Es de noche. Las reverberaciones de la piscina
se entrecruzan en los rostros, en los muros,
danzan una danza que el autómata conoce, e interpreta.
Hablan de los caminos del país del tiempo, hablan
de los vientos que eternamente soplan y soplan, cantan y cantan,
empujan figuras minúsculas a las landas del otro lado.
Las ondas de luz de la piscina saben estas cosas,
y algunos ancianos, que beben mai tais y piñas coladas,
lo saben también. Buena gente, piensa el pobre autómata adolescente.
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Su habitación es roja y tiene una pintura enmarcada
de una gigantesca ola en el mar. En la cresta de la ola,
un hombre diminuto en una tabla de surf. El autómata se acerca.
La cabeza del hombre está al revés, o eso parece. Tan sólo hay pelo
donde debería estar su rostro. En la televisión
el autómata ve varias obras maestras del cine.
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Nuestro amigo espera días, semanas, bebiendo él también
vesper martinis, mojitos, manhattans, mai tais, margaritas.
Conversa con ancianos de infinita sabiduría.
El alcohol, tristemente, no le vuela su pobre cabeza de plástico.
Si acaso le pone más sobrio, le hace ver la realidad:
un humo estroboscópico que asciende de todas las cosas.
Cuando se acuesta, sueña con el hombre cuyo rostro es una nuca.
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Pasea por Sunset en crepúsculos interminables. En el cielo, a veces,
se libran batallas carmesíes entre ejércitos secretos. Todo el mundo
lo ve. Todos hablan de ello.
De lo más alto de una palmera muy delgada
un pájaro mecánico alza un vuelo rutilante y se funde
con la estela de un avión. Todo hace señales.
Las delicadas hierbas que rompen el asfalto al pie de las verjas dobladas
son de una inexpresable belleza, y el autómata
piensa que querría hacer música con ellas, para ellas, si pudiera.
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Una niña, en Pico con La Brea, le dice tú no eres de verdad.
El autómata no sabe qué decir. Para disimular
le saca medio dólar del oído a la niña.
Ella lo coge y se lo guarda de nuevo en la oreja.
Es rubia. Se llama Venetia. Lleva puesta una camiseta
con el rostro de Captain Beefheart en magenta y amarillo. Le pregunta
¿vivirás eternamente, autómata? ¿O te apagarás un día
y estarás solo? ¿Estarás solo, pobre autómata
solitario? ¿Estarás solo si vives para siempre?
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A la mañana siguiente,
el autómata alquila un hermoso Chevrolet Impala azul, y piensa
en su otro coche, su maniático y eufórico coche blanco europeo,
piensa en la ternura de las máquinas, en el amor lancinante, descuartizador, de
........las máquinas.
Salen de Los Ángeles, él y su coche, y cruzan el valle de San Joaquín.
Hay ríos perezosos, vestidos de barro, que se demoran en curvas a cuyas orillas
crecen inmensos árboles y carretas abandonadas. Hay campos de trigo
de donde vuelan pájaros negros con las alas rojas.
En el aire fresco hay humedad que alegra el rostro
y una música de Rosamunda, una música desnuda y delicada
que el autómata no entiende
pero que con delicia y desgarro ama,
ama con vergüenza y odio de sí mismo y con grandeza,
y con felicidad tranquila y éxtasis. Amor humano casi.
En el Norte empiezan las secuoyas y la bruma, y el olor a mar. Amar, amar,
piensa el demencial autómata.
El coche, poco a poco, se hace invisible.
Desaparece en mitad de una larga recta junto a las olas.
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* Ismael Belda nació en Valencia, en 1977, pero reside en Madrid donde ha cursado Filología Hispánica e Inglesa. Ha cultivado la crítica literaria y ha escrito una novela. Este poema forma parte del libro La universidad blanca, publicado por Ediciones La Palma.

6 comentarios:

Susana Camps dijo...

Deslumbrante.

Carmenzity dijo...

Gracias por compartirlo.
Saludos

Paz Monserrat Revillo dijo...

Me parece francamente bueno este poema-relato. Toca fibras, conmueve, y además estéticamente es muy bello, combinando lo visual con una especie de música interna. Felicidades.

Carmen Peire dijo...

Gracias, Fernando, por darla a conocer.Me ha encantado

Fran dijo...

Muy buen poema, gracias por compartirlo.
Un saludo.

Isabel Mercadé dijo...

Me ha gustado muchísimo este poema tan largo y tan narrativo. Parece que se ha acabado el balbuceo. Gracias, Fernando y felicidades al poeta!!